¿CUÁNTAS PASTILLAS PARA LA ANSIEDAD PODREMOS VENDER CON EL “NUEVO SÍNDROME DE LA CABAÑA”?

“Coronavirus”, “Covid19”, “Asintomático”, “PCR”, “confinamiento”, “nueva normalidad” o “el nuevo síndrome de la cabaña”, son los nuevos términos que la población española ha tenido que añadir a su repertorio en los últimos tres meses. Sin embargo, del “nuevo síndrome de la cabaña” -utilizado por algunos para rellenar líneas y líneas de artículos en los medios digitales-, algunos psicólogos tenemos mucho que aclarar.

Para comenzar es importante que la población sepa que el “nuevo síndrome de la cabaña” no es un síndrome que haya sido estudiado ni reconocido por la verdadera psicología; esa psicología científica que estudia los síntomas y fenómenos que experimentan miles y miles de personas en todo el mundo, -junto con sus influencias genéticas, biológicas, ambientales, contextuales, sociales y económicas-, antes de determinar que un síndrome existe verdaderamente, e incluirlo en los manuales científicos y estadísticos de referencia como el DSM 5 o la recién nacida CIE 11. Dicho de otro modo, el nuevo síndrome de la cabaña, como tal, a día de hoy no existe. Según lo que hemos podido entender, cuando los medios y algunos profesionales hablan de síndrome de la cabaña, se refieren a un conjunto de síntomas de malestar que están experimentando algunas personas durante la desescalada y que se traduce en una dificultad para salir a la calle y reestablecer la vida “normal” que llevaban antes del confinamiento. Más concretamente, parece que estas personas, sienten ansiedad y miedo al pensar en salir, y se sienten más cómodas o prefieren estar en casa como si todavía nos encontráramos en fase 0. Además, pueden obsesionarse con síntomas relacionados con el coronavirus, y experimentar síntomas descritos dentro de la ampliamente reconocida como Hipocondría.

Y aquí es donde los psicólogos sanitarios, contextuales y sociales nos preguntamos, ¿será el “nuevo síndrome de la cabaña” la nueva etiqueta excusa para patologizar el sufrimiento o el malestar que surge normal y coherentemente ante situaciones nuevas y difíciles para el ser humano? ¿Acaso no es normal y legítimo sentir emociones de incertidumbre en esta situación? ¿Acaso no es normal sentir miedo ante las repercusiones económicas y laborales que vaticinan los medios y de los que se habla en tertulias televisivas?

Bien, tampoco hay que alarmarse. No es la primera ni será la última vez que se utilice el sufrimiento normal y esperable ante una situación difícil para crear una nueva etiqueta con la que situar el foco del problema o la patología en la persona, en lugar de en el contexto en que se desenvuelve. De la mano de la crisis económica y financiera del año 2008 pudimos conocer otros síndromes – etiqueta como el Burnout Laboral o “síndrome del trabajador quemado” que no describían más que el conjunto de síntomas que experimentamos los trabajadores cuando tenemos que trabajar en empleos precarios, con salarios indignos, bajo presión, con incertidumbre económica y contratos rozando la línea de la ilegalidad. ¿Acaso no es normal sentir ansiedad, estrés, insomnio, rumiación, cansancio o dolor de cabeza, cuando no sabes si mañana tu jefe te dirá que no vuelvas? ¿Y si estás trabajando y no sabes si vas a poder pagar el alquiler de tu casa?

Sin embargo, lo más sorprendente no es que se publicite una nueva terminología para designar al conjunto de síntomas que experimentan las personas ante el momento de desescalada de

un estado de alarma por pandemia. En el caso de los periodistas, es entendible que viviendo en la competitiva sociedad de la sobreinformación, quieran publicar el contenido más novedoso aunque sea a costa de la rigurosidad y veracidad, con tal de que su artículo sea el más visible en redes. Lo que no es entendible es que sean los propios colegios profesionales, -y algunos de sus miembros partidarios del modelo biologicista de los problemas psicológicos-, los que defienden la utilización de tal etiqueta, “síndrome de la cabaña”, como si no supieran que el síndrome de la cabaña no es un nuevo trastorno mental de la persona que lo padece, sino un conjunto de síntomas normales y esperables dadas nuestras actuales circunstancias sociales.

La crisis financiera del año 2008, dejó a España como el país líder de la Unión Europea con más consumo de ansiolíticos y somníferos. En el año 2016, la OCU, según datos del Ministerio de Sanidad, alertaba de un aumento del consumo de estos psicofármacos en un 57%. Somos líderes en medicalizar el sufrimiento por problemas sociales como la precariedad y la pobreza. Y con aquellas pastillas, se trató el Burnout Laboral, la etiqueta de aquella época. No aumentó la ratio de psicólogos clínicos públicos y gratuitos en sanidad. No aumentó la cobertura en Salud Mental para poder atender a la totalidad de la demanda. No se elaboró un pacto de estado por la Salud Mental. No se acabó con el estigma en salud mental ni se normalizaron problemas frecuentes con la ansiedad. Y tampoco se creó un plan nacional contra los más de 3500 suicidios que se registran al año en este país. De eso no se llenan líneas y líneas. Y claro, a día de hoy, con aquel recuerdo aún fresco en la memoria, no queremos pensar que este conjunto de síntomas del “nuevo síndrome de la cabaña” ante las circunstancias sociales y económicas, va a ser nuevamente tratado con pastillas para dormir.

¿Esta crisis nos iba a cambiar? ¿Es el “nuevo síndrome de la cabaña” una forma de mantener nuestra atención desviada de lo que realmente necesita la atención a la Salud Mental?

TEXTO: Isabel María Fernández Pérez

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